15/4/14

COBERTURA FERIA MEDIEVAL

-¿Che esas son dos minas?

-No, son dos tipos. En la edad media tenían pelo largo.

Eso le contestó él a su chica, mientras miraban entre risas a dos hombres disfrazados como caballeros de la mesa redonda, de cartón, pelear, pero de mentiritas. Cada movimiento iba acompañado de una onomatopeya y la lucha sólo cesó cuando uno de los falsos combatientes quedó tendido en el piso mientras el supuesto triunfador fingió clavarle una espada en el pecho. Esta escena sucedió el pasado fin de semana en la Feria medieval que organizó el Gobierno de la ciudad de Buenos Aires en el barrio de Barracas. Estiman que alrededor de 20 mil personas pasaron por allí, aunque en vivo y en directo parecían unas 200. Más de la mitad de los concurrentes eran curiosos, mucha cámara de fotos al estilo turista japonés colgaba de cuellos vestidos a la moda actual y es que ese era el show, ver a estas personas que tratan de recrear a la perfección los atuendos y conductas de una época que no vivieron.

Luego de atravesar la muralla, pero de rejas, que divide al Espacio Cultural del Sur de la Av. Caseros se ingresa a un primer patio donde estaba el área de los comerciantes de la feria. En estos puestos se exhibían diversos objetos, desde martillos de peluche que emulaban el del dios Thor pasando por ropa, posters de la serie Game of Thrones, duendes hasta la hidromiel que se bebe en la saga El señor de los anillos, de Tolkien.“La verdad me parece que si no venís a comprar esto en sí no tiene mucho sentido”, comentó Gloria, una chica del barrio que fue a chusmear la movida. Mientras tanto, en la esquina de este primer escenario un grupo de 7 mujeres, vestidas con túnicas empezaba a interpretar sin amplificación cantos de la Gran Bretaña del siglo XIII sobre los distintos tipos de armas que existían en el momento.Para alejarse de las melodías había que cruzar una arcada de piedra, pasando puestos de dragones miniatura, libros decorados con cruces y venta de yelmos, o cascos de metal, se empezaba a escuchar la voz de un hombre que se autodenomina El arpa errante, contando una historia sobre el dios nórdico Odín acompañado por música, obvio, de un arpa. Al lado del juglar, habían montado un área de comida, donde las opciones incluían tortas, panchos, hamburguesas y guiso. Cristina, una señora de mediana edad, mientras degustaba un vaso de burbujeante bebida cola sentada en una de las mesas del lugar, comentó que llegó ahí por el diario, pero que no tenía mucha idea del tema. En cambio su amiga Dora, maestra, quien interrumpió la espera de su hamburguesa para acotar, aclaró que le impresionaba cuanto tiempo invertían los recreacionistas en este hobbie y se preocupó por averiguar si vivían de esto o no. La respuesta fue que la mayoría tenía un trabajo común y corriente. 

Más allá de estos sectores, entrando a un lugar parecido al fondo de una casa con pasto y árboles estaban asentadas las tribus o grupos de recreacionistas, todos identificados con carteles que señalaban el nombre del clan y a qué época pertenecieron. Morgan, una chica de 20 quien no quiso revelar su nombre real, pertenece a Triada del norte, quienes representan a los mercenarios del siglo X a XII, contó que llegó a ellos a través de la literatura fantástica y que cada uno de los miembros confecciona sus propios trajes con ayuda de las familias o amigos tratando de hacerlos lo más fieles a los datos de época. En la tienda de al lado estaban asentados los A.R.M.E (asociación recreacionista medieval escandinava) quienes recientemente habían almorzado cociendo a las brasas directamente prendidas sobre el pasto y cuya finalidad es dar a conocer la cultura vikinga, tratando de sacar la idea popular de que sólo eran unos “violentos sin cultura”. Dentro de ese parque ocupaban un lugar central la Orden de los caballeros de la cruz, avocados a la etapa histórica de las cruzadas quienes además de dejar un yelmo para que quienes pasaran dejaran su colaboración ayudaban a niños, sin lastimarlos claro está, a probar el cepo, no el cambiario, sino esa maquina de torturta medieval donde dos vigas de madera dejan inmovilizada la cabeza y las manos del prisionero.