EL FUTURO LLEGÓ Y ES DE PLÁSTICO
Realizada con Irupé Almude ,
Verónica Del Vecchio y Carolina Carnevale
Sólo
hacen falta tres elementos para que lo que imaginás tenga cuerpo: un diseño 3d,
una impresora y hebras de un plástico blando llamado polímero. El lugar donde
generar tus propios objetos ya existe, está en Palermo y te convida algo de
tomar mientras esperás: el 3D Lab café.
Corre
el año 2050, hace dos horas que Brian, espada de plástico en mano sueña que
está conquistando la galaxia de Andrómeda. Como las últimas 10 veces, otra vez
rompe su arma infantil.
-¡Brian!
¿Otra vez rompiendo los juguetes? Esta vez te toca a vos apretar el botón.
-¡Pero
tarda dos minutos mamá!
-No
me importa, en mis tiempos había que irse hasta una juguetería, así que no te
quejes.
Sí,
puede sonar un poco exagerado. Pero la ciencia ficción, salvo por la tele
transportación, se ha especializado en vaticinar un futuro dominado por las
máquinas. En Argentina, la industria de las impresoras 3D es todavía
incipiente, pero promete generar polémica y producir en tiempo récord juguetes
y casas sólo a partir de un diseño: ¿es posible un mundo sin jugueterías? ¿una
vereda sin los clásicos piropos de obreros de la construcción?
Esta
fantasía futurista tiene un anclaje en la realidad, un comercio a la calle, un
bar donde las impresoras 3D producen objetos mientras uno se puede tomar un
café. “La impresión 3D corta de alguna manera todas las industrias, le interesa
a los médicos, a los diseñadores, a todo tipo de gente”, explica Rodrigo Perez
Weiss, dueño de este emprendimiento llamado 3D Lab Café, ubicado en el barrio
porteño de Palermo.
Contra
la pared, una fila de cuatro impresoras de distintos tamaños y marcas
nacionales, trabajan para convertir diseños virtuales en figuras reales del
tamaño de una mano. Desde posavasos hasta dinosaurios de gran tamaño. Las
posibilidades de la impresión 3D son infinitas.
Perez
Weiss, que viene de la industria gráfica y es pionero en el país de este tipo
de tecnología, relata: “Existen impresoras que imprimen desde casas con
cemento, hasta cultivos con células madre, algo que se está investigando
ahora”. Este tipo de avances podría ser significativo para las ciencias
médicas, principalmente por la posibilidad de crear órganos y tejidos humanos,
lo cual salvaría muchas vidas.
La
forma de trabajo de esta maquinaria es algo así como el cincel de un Leonardo
Da Vinci de la era del plástico, movido por software de modelado
tridimensional. Weiss explica que en realidad es “un proceso que se llama
manufactura aditiva”. Este método en vez de tomar un material y modelarlo hasta
conseguir un producto, como se hacía antiguamente, trabaja generando de cero a
partir de la suma de hilos de plástico el objeto final.
Esta
novedad le despertó la curiosidad a Rodrigo en un viaje por Alemania, momento
en el que vio por primera vez una impresora 3D en funcionamiento. Entonces
decidió vender su parte en la empresa gráfica que dirigía y se tomó un año
sabático para encontrarle la vuelta comercial a este emprendimiento, pero a
nivel local.“La idea era poner un negocio a la calle para mostrar las máquinas
y poder comercializarlas”, cuenta el empresario geek, y agrega: “con el tema de
las trabas a la importación, sostener el negocio sólo con los aparatos que
teníamos era imposible, así que se nos ocurrió incluir equipos 3D de otros
representantes, porque en un principio trabajaba solo con una empresa
holandesa”, rememora Perez Weiss.
En
su local, por un tema de costos, Weiss maneja máquinas que trabajan con
diferentes tipos de plásticos, pero cuenta que hay impresoras que lo hacen con
acero, oro e incluso plata. “Una máquina que imprime en acero, vale 250 mil
dólares, y con todo el tema de la importación es una cosa inviable”, explica y
detalla: “Eso es más del palo de la experimentación que usa la NASA”.
Poniendo
los pies en suelo argentino, desde hace aproximadamente un año y medio que se
está gestando una incipiente industria nacional en torno a este avance debido a
que la patente principal que protegía la tecnología con la que se fabrican
venció en el 2007.
KikaiLabs,
Trimaker, Delta y Sooteck son sólo algunas de las marcas que tal vez en un
futuro no muy lejano reemplacen a las jugueterías y constructoras. Si bien, el
costo de impresión a varios colores es alto, el avance rápido de esta
tecnología anticipa que muy pronto los productos creados por estas impresoras
podrán competir con los que se venden en el mercado. Según Perez Weiss: “En
Argentina, se pueden conseguir máquinas nacionales desde 15 mil pesos y la
importada más cara que hay en el mercado local ronda los 60 mil dólares”.
Tomar
un café por 15 pesos, de todos modos, es algo secundario en este lugar. Al bar
de Costa Rica al 5000 llegan más estudiantes de diseño, ingeniería o
“hobbistas” con pen drive en mano, que clientes atraídos por la oferta
gastronómica. También se acercan empresas que logran abaratar los costos por
este tipo de oferta tecnológica. “La hora tiene un valor de cien pesos, tiempo
en el que se pueden imprimir entre 5 y 10 anillos pequeños”, dice Weiss y
detalla que la superficie máxima que pueden realizar las impresoras que maneja
es de 27x23x23 centímetros cuadrados.
La
batalla que se aproxima en los años venideros, según el dueño de la franquicia,
es la de los derechos de autor. “Así como pasaba con la música, hasta el
momento hay un montón de archivos protegidos por copyright y ya hay algunos
casos en donde los dueños de ciertas marcas han hecho juicio intimando que
bajen los archivos 3D de Internet como por ejemplo los modelos del videojuego
Final Fantasy”, ejemplifica Rodrigo.
Tal
vez lo de Brian y su madre sea excesivo pero una cosa es cierta, en el futuro
cercano, coleccionistas e impresoras 3D nunca podrán ser amigos. El héroe de la
mítica saga Guerra de las galaxias, Luke Skywalker, fuera de su caja, no es
negociable. Muchos Skywalker sin nylon protector transparente, menos todavía.
Por donde se la mire, la impresora 3D viene anticipando cortocircuito. Quedará
en nuestras manos apretar el botón, o simplemente tomar un café.
EL
COMERCIO DE LO RARO
La
ciudad de Buenos Aires esconde entre sus vidrieras lugares y propuestas que
escapan a lo ordinario. Estas son tan sólo algunas de las tantas ideas exóticas
del fecundo imaginario del comerciante nacional.
The
break club existe desde el 2012 en el barrio porteño de Palermo y su propuesta
es descontrolar controladamente rompiendo cosas. Nació inspirado en técnicas de
liberación de estrés que surgieron en Estados Unido y Japón. Su creador
sostiene que, si no querés ir al psicólogo o a respirar con el arte de vivir,
podés descargar tu ira desde $100 hasta $500 destrozando con un bate de
baseball televisores, botellas o una computadora completa. Además, está la
posibilidad de armarlo a la carta según los deseos del iracundo.
En
San Telmo, cerca del paseo de la historieta, hay una estatua de un Carlos
Gardel verdoso zombie, acodado sobre un buzón antiguo rojo. El ícono del tango
argento oficia de recepcionista de la Galería del asombro, un
recorrido que por una módica suma te invita a ingresar al universo
fantástico de los aliens, villanos de Hollywood y muertos vivientes al mejor
estilo feria de las películas estadounidenses.
Silent
sounds desde 2011 propone un sistema para organizar fiestas, escuchar dos
bandas a la vez o ir a bailar evitando las denuncias por ruidos molestos. Parece
aburrido pero no hay silencio real. A cada persona asistente al evento se le
dan un par de auriculares inalámbricos, con tres canales de audio
intercambiables, en el caso de la propuesta “boliche”, y en cada uno de
ellos, distinguidos por color, suena un estilo de música distinta. Importaron
la idea de Europa bajo el lema “fiesta a cualquier hora, en cualquier lugar”.