-¿Che esas son dos
minas?
-No, son dos tipos. En la
edad media tenían pelo largo.
Eso le contestó él a su
chica, mientras miraban entre risas a dos hombres disfrazados como
caballeros de la mesa redonda, de cartón, pelear, pero de
mentiritas. Cada movimiento iba acompañado de una onomatopeya y la
lucha sólo cesó cuando uno de los falsos combatientes quedó
tendido en el piso mientras el supuesto triunfador fingió clavarle
una espada en el pecho. Esta escena sucedió el pasado fin de semana
en la Feria medieval que organizó el Gobierno de la ciudad de Buenos
Aires en el barrio de Barracas. Estiman que alrededor de 20 mil
personas pasaron por allí, aunque en vivo y en directo parecían
unas 200. Más de la mitad de los concurrentes eran curiosos, mucha
cámara de fotos al estilo turista japonés colgaba de cuellos
vestidos a la moda actual y es que ese era el show, ver a estas
personas que tratan de recrear a la perfección los atuendos y
conductas de una época que no vivieron.
Luego de atravesar la
muralla, pero de rejas, que divide al Espacio Cultural del Sur de la
Av. Caseros se ingresa a un primer patio donde estaba el área de
los comerciantes de la feria. En estos puestos se exhibían diversos
objetos, desde martillos de peluche que emulaban el del dios Thor
pasando por ropa, posters de la serie Game of Thrones, duendes
hasta la hidromiel que se bebe en la saga El señor de los
anillos, de Tolkien.“La verdad me parece que si no venís a
comprar esto en sí no tiene mucho sentido”, comentó Gloria, una
chica del barrio que fue a chusmear la movida. Mientras tanto, en la
esquina de este primer escenario un grupo de 7 mujeres, vestidas con
túnicas empezaba a interpretar sin amplificación cantos de la Gran
Bretaña del siglo XIII sobre los distintos tipos de armas que
existían en el momento.Para alejarse de las
melodías había que cruzar una arcada de piedra, pasando puestos de
dragones miniatura, libros decorados con cruces y venta de yelmos, o
cascos de metal, se empezaba a escuchar la voz de un hombre que se
autodenomina El arpa errante, contando una historia sobre el dios
nórdico Odín acompañado por música, obvio, de un arpa. Al lado
del juglar, habían montado un área de comida, donde las opciones
incluían tortas, panchos, hamburguesas y guiso. Cristina, una señora
de mediana edad, mientras degustaba un vaso de burbujeante bebida
cola sentada en una de las mesas del lugar, comentó que llegó ahí
por el diario, pero que no tenía mucha idea del tema. En cambio su
amiga Dora, maestra, quien interrumpió la espera de su hamburguesa
para acotar, aclaró que le impresionaba cuanto tiempo invertían los
recreacionistas en este hobbie y se preocupó por averiguar si vivían
de esto o no. La respuesta fue que la mayoría tenía un trabajo
común y corriente.
Más allá de estos
sectores, entrando a un lugar parecido al fondo de una casa con pasto
y árboles estaban asentadas las tribus o grupos de recreacionistas,
todos identificados con carteles que señalaban el nombre del clan y
a qué época pertenecieron. Morgan, una chica de 20 quien no quiso
revelar su nombre real, pertenece a Triada del norte, quienes
representan a los mercenarios del siglo X a XII, contó que llegó a
ellos a través de la literatura fantástica y que cada uno de los
miembros confecciona sus propios trajes con ayuda de las familias o
amigos tratando de hacerlos lo más fieles a los datos de época. En
la tienda de al lado estaban asentados los A.R.M.E (asociación
recreacionista medieval escandinava) quienes recientemente habían
almorzado cociendo a las brasas directamente prendidas sobre el
pasto y cuya finalidad es dar a conocer la cultura vikinga, tratando
de sacar la idea popular de que sólo eran unos “violentos sin
cultura”. Dentro de ese parque ocupaban un lugar central la Orden
de los caballeros de la cruz, avocados a la etapa histórica de las
cruzadas quienes además de dejar un yelmo para que quienes pasaran
dejaran su colaboración ayudaban a niños, sin lastimarlos claro
está, a probar el cepo, no el cambiario, sino esa maquina de
torturta medieval donde dos vigas de madera dejan inmovilizada la
cabeza y las manos del prisionero.