El deseo de
trascender, de perpetuarse en la memoria colectiva, dejar una huella que podría
formar a futuro parte de una novela de bellos bandidos. Ese miedo a la muerte,
que es definitiva y sólo tiene el que posee la certeza de que dios no existe,
porque si hubiera uno, su vida no sería así.
Aquel es el
deseo que va tomando forma a través de las páginas que narran la vida del
personaje Silvio Drodman Astier. No su vida completa, sino cuatro capítulos que
parecieran ser los puntos de giro de su existencia, los que lo formaron para
cumplir con la decepción y la culpa de llevar a cabo su destino de traición.
El juguete
rabioso fue el primer libro que escribió
Roberto Artl y se publicó en el año 1926. Podría ser considerado por momentos
autobiográfico, no creo que sean casuales ciertos aspectos que lo relacionan
con su personaje principal: el frustrado camino del inventor, el hijo de
inmigrantes con un padre ausente, un hombre que utiliza su apellido materno, la
coincidencia en la elección del nombre de la hermana. A su vez esto no carece
de sentido ni le quita verosimilitud a la historia, ya que el entorno de Silvio
está pintado muy claramente, siendo representativo de la época en la cual se
desarrolló el texto. La utilización del lunfardo, del cocoliche, por momentos
con palabras en italiano, diálogos con faltas de ortografía y hasta
neologismos, son muchas veces la principal caracterización de los personajes
secundarios a la trama. Ya en el primer capítulo encontramos un ejemplo de este
uso del lenguaje. El zapatero andaluz tiene acento, habla mal el castellano y
paradójicamente es quien abastece de literatura sobre maleantes a un Silvio aún
niño, y que de alguna manera marcará con esas historias la personalidad curiosa
y ávida en lecturas varias, con esa cultura amorfa que no otorgan las escuelas
sino el deseo, otra vez de trascender, de saber, de crear. Desde Electroténica
hasta Nietzsche, pasando por Baudelaire y Baroja sin dejar de lado diccionarios
de explosivos ni de química. De todos modos el andaluz consigue una ganancia
con ello, 5 centavos por libro prestado. Todos los personajes que van apareciendo
a partir de allí buscan obtener una ganancia, dinero o beneficio personal
incluido el protagonista, es más cuando Silvio se dirige a las oficinas
militares de El Palomar le pide indicaciones a un señor, que sólo le responde
en detalle una vez que le da algo de dinero.
La
Argentina, o más bien la ciudad de Buenos Aires, que muestra el texto es la de
principios de siglo XX, ese cambalache donde el que no afana es un gil.
Con la inmigración ya perpetuando su apellido, asentada mucha veces en la
pobreza y otras formando parte de una incipiente burguesía comercial. Como Don
Gaetano, el tano dueño de la librería, o el zapatero antes mencionado. Lo que
llama la atención es que todos estos extranjeros son descriptos como sucios,
sus lugares lo están también como si con esto marcara una diferencia con el
resto de la sociedad. La inmigración es la mugre que convive también con la
viveza criolla, representada claramente en la familia de su primer socio y
amigo, Enrique Irzubeta, quienes se dedicaban a deber dinero a todos esos
“gallegos de mierda” como les llamaban y a evitar desalojos gracias a sus
influencias con jueces y empleados municipales. Ambos niños tenían el sueño de
ser ladrones y finalmente se convirtieron por un corto periodo de tiempo, al
menos el primero, en eso.
Otro tema
que aborda esta ficción, pero de manera lateral es el amor. Lo representa en
aquella niña, Eleonora, que lo dejó a un Silvio aún virgen a los doce años, con
la que realmente pareciera que nunca hubiera comenzado nada, bajo ese árbol
negro le quedó grabada como una instantánea de la pureza, de lo idílico luego
trasformada en nostalgia con el transcurso de la historia en la que vuelve a
traerla en forma de recuerdo con sus pensamientos. Ella fijada en la memoria no
deja lugar a que otra nueva ingrese en su vida. Al menos no de esa manera.
La irrupción
del deseo carnal aparece de la mano de la homosexualidad, en una habitación de
hotel amueblada en donde Silvio se refugia luego de una nueva decepción. Arriba
allí un personaje cuyo único anhelo es ser mujer, aunque sea pobre aclara, pero
mujer, porque pareciera ser que no hay lugar para él en ese mundo y, arriesgo
tal vez, del único modo que puede saciar su apetito de una manera socialmente
aceptable es siendo otro, en éste caso otra. Otra vez con el intruso se hace
presente la mugre marcando lo rechazado, lo distinto, esa otredad reflejada
esta vez en otra manera de ver o disfrutar del sexo.
De todos
modos una de las mayores decepciones en la vida de Silvio Astier comienza
cuando debe empezar a trabajar para vivir, o para sobrevivir. Cae en lugares en
los que su talento no se aprovecha, una librería donde hace las veces de
esclavo o como corredor de una papelera, y una vez que consigue entrar en la
división de mecánica de la fuerza aérea donde puede llegar a mostrar sus
facultades autodidactas, lo echan para cederle su lugar a un acomodado.
Trabajar es sufrir, pero no queda otra, es lo que hay que hacer y en esta
ficción se muestra como opción contrapuesta con la idea de inventar. En la
creación es donde se encuentra ese lugar de placer, donde Thomas Alba Edison y
Nikola Tesla son referentes. Allí está nuevamente el deseo de trascender a la
finitud de la vida, que a lo largo de la historia se va borrando bajo el
concepto del sufrimiento y en la aceptación de que la vida es linda,
irónicamente linda.